obra contemporánea

José Villa (Martín Coronado, provincia de Buenos Aires, 1966) es uno de los grandes poetas argentinos de ese conglomerado que se conoció como poesía de los noventa. Fue director de la célebre revista 18 whiskys y actualmente dirige la extraordinaria revista digital op. cit. Publicó, junto con El estilo verdadero, nueve libros de poesía. Recomiendo en especial Cornucopia (1996), en donde hace una reelaboración y dialoga con el poeta Francis Ponge.

En este último libro, Villa trabaja con restos, con escombros, con montajes aparentemente coloquiales de un discurso siempre desplazado, que descoloca semánticamente el blanco de la flecha para que esta, aunque parezca que no va a poder, termine clavándose en el centro y así la poesía estalle.

¿Se puede escribir poesía con el idioma que usan esos pordioseros de la lengua que parlotean en los canales de noticias? En El estilo verdadero está la respuesta. Y la respuesta es no. Hay que acercarse a las palabras de un idioma como lo haría un extranjero, jugando con el sonido y, luego, descifrando su o sus significados. Villa hace eso. Como si fuera un extranjero se acerca al castellano expuesto en enormes góndolas mal iluminadas y a tientas, con delicadeza extrema, elige las palabras. Esto produce un efecto de extrañamiento cuando leemos su poesía: “Salís de tu puerto de palos a las brazadas, / las calles por donde vas se convirtieron / en río, la mirada de quién / hacia la desembocadura / Patas de gallo, teclas, alambrados, la espuela / de tu espalda son dos fuerzas que tiran hasta / romper diciendo yo te quiero más, estría / gris arriba, al reloj se le van secando / las gotas, ese detalle avanza, te hunde / y el alma de seca, de seca se rasga” (“Reloj sumergible”).

Y, de pronto, en esas góndolas, el poeta encuentra estos versos de Alfonsina Storni: “El alma de seca, de seca se rasga”. Y esa elección hace con destreza que los versos de la gran poeta no sean más de ella y se integren al universo personal de la voz de Villa.

“Que la memoria es un canasto que volcaste, / donde asoman perdices muertas, / fondeando la oscuridad, revividas / de pronto por la esperanza del color; // trapo rosado, cáscara del humor, pan, / hongos, ‘pintas negras salpicando / el aire’, perros, zorros en el campo matinal, / por la verdad, de soledad cebados (“cenizas la hará, si abrasa el humo”).

“Ceniza la hará, si abrasa el humo”: en las notas que aparecen al final del libro se aclara que esto pertenece a una nota de Góngora. Y, en este caso, al igual que con el verso de Alfonsina, las palabras de Góngora se integran a los destellos de este idioma excéntrico que utiliza Villa.

Por último, cabe destacar el uso que hace el poeta de las enumeraciones, siempre sorprendentes. Patas de gallo, teclas, alambrados, trapo rosado, cáscara del humor, pan, hongos. ¿Cómo un recurso tan simple puede producir poesía? Queda demostrado en varios poemas de este libro que si se enumera sin seguir la asociación semántica que nos propone el uso rutinario del lenguaje, se puede producir poesía.

Dije que los que parlotean en los canales de noticias eran pordioseros de la lengua. José Villa demuestra en El estilo verdadero (no es este cualquier título) que, con estilo, escribiendo poesía, se puede pertenecer a esa extraña raza que le da vida al idioma. Ser un rey cazador que apunta a su presa y da en el blanco.

Marcos Herrera

EL ESTILO VERDADERO. JOSÉ VILLA

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José Villa (Martín Coronado, provincia de Buenos Aires, 1966) es uno de los grandes poetas argentinos de ese conglomerado que se conoció como poesía de los noventa. Fue director de la célebre revista 18 whiskys y actualmente dirige la extraordinaria revista digital op. cit. Publicó, junto con El estilo verdadero, nueve libros de poesía. Recomiendo en especial Cornucopia (1996), en donde hace una reelaboración y dialoga con el poeta Francis Ponge.

En este último libro, Villa trabaja con restos, con escombros, con montajes aparentemente coloquiales de un discurso siempre desplazado, que descoloca semánticamente el blanco de la flecha para que esta, aunque parezca que no va a poder, termine clavándose en el centro y así la poesía estalle.

¿Se puede escribir poesía con el idioma que usan esos pordioseros de la lengua que parlotean en los canales de noticias? En El estilo verdadero está la respuesta. Y la respuesta es no. Hay que acercarse a las palabras de un idioma como lo haría un extranjero, jugando con el sonido y, luego, descifrando su o sus significados. Villa hace eso. Como si fuera un extranjero se acerca al castellano expuesto en enormes góndolas mal iluminadas y a tientas, con delicadeza extrema, elige las palabras. Esto produce un efecto de extrañamiento cuando leemos su poesía: “Salís de tu puerto de palos a las brazadas, / las calles por donde vas se convirtieron / en río, la mirada de quién / hacia la desembocadura / Patas de gallo, teclas, alambrados, la espuela / de tu espalda son dos fuerzas que tiran hasta / romper diciendo yo te quiero más, estría / gris arriba, al reloj se le van secando / las gotas, ese detalle avanza, te hunde / y el alma de seca, de seca se rasga” (“Reloj sumergible”).

Y, de pronto, en esas góndolas, el poeta encuentra estos versos de Alfonsina Storni: “El alma de seca, de seca se rasga”. Y esa elección hace con destreza que los versos de la gran poeta no sean más de ella y se integren al universo personal de la voz de Villa.

“Que la memoria es un canasto que volcaste, / donde asoman perdices muertas, / fondeando la oscuridad, revividas / de pronto por la esperanza del color; // trapo rosado, cáscara del humor, pan, / hongos, ‘pintas negras salpicando / el aire’, perros, zorros en el campo matinal, / por la verdad, de soledad cebados (“cenizas la hará, si abrasa el humo”).

“Ceniza la hará, si abrasa el humo”: en las notas que aparecen al final del libro se aclara que esto pertenece a una nota de Góngora. Y, en este caso, al igual que con el verso de Alfonsina, las palabras de Góngora se integran a los destellos de este idioma excéntrico que utiliza Villa.

Por último, cabe destacar el uso que hace el poeta de las enumeraciones, siempre sorprendentes. Patas de gallo, teclas, alambrados, trapo rosado, cáscara del humor, pan, hongos. ¿Cómo un recurso tan simple puede producir poesía? Queda demostrado en varios poemas de este libro que si se enumera sin seguir la asociación semántica que nos propone el uso rutinario del lenguaje, se puede producir poesía.

Dije que los que parlotean en los canales de noticias eran pordioseros de la lengua. José Villa demuestra en El estilo verdadero (no es este cualquier título) que, con estilo, escribiendo poesía, se puede pertenecer a esa extraña raza que le da vida al idioma. Ser un rey cazador que apunta a su presa y da en el blanco.

Marcos Herrera